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viernes, 9 de diciembre de 2016

Entrada 1

Creo que poco a poco comienzo a darme cuenta que está sucediendo con mi mente y mis emociones. Podría asumir que se trata de una situación depresiva cualquiera, remarcando todo lo que ha vivido la persona en cuestión... pero el historial que tengo... me da a entender algo diferente.

Recuerdo la expresión de la psicóloga como si fuese ayer... Por alguna razón, en ese momento, disfruté de su mirada confundida mientras leía los exámenes y tests que ya había ensayado. Ver como arqueaba las cejas y anotaba furiosamente en una hoja de papel, como si el resultado solo lo hubiera visto en algún libro de psicología durante sus estudios.  Yo sabía que tenía depresión. No era secreto para nadie gracias a los cortes, los arranques y el reciente intento de suicidio... Pero la ciencia siempre trata de comprobar antes de juzgar.

Fue un año tedioso, y en ocasiones como estas sentía total fascinación. ¿Qué dirán esos tests sobre mi persona? ¿Podrá darse cuenta de cuáles son ensayados y cuales respondí con sinceridad? ¿Se dará cuenta de los arranques psicóticos en los dibujos totalmente deliberados en busca de causar confusión? A pesar de todo, para mi era un juego. Yo sabía que estaba mal conmigo mismo. Yo sabía que pertenecía a un mundo que no me comprendía, o a mi arte. Sabía que mi depresión venía de las... aleatorias circunstancias de mi primera relación, además del descubrimiento de mi vocación como escritor. Yo sabía... ellos no.

Cuando terminó de revisar los papeles, mi psicóloga los dejó sobre la mesa y se frotó la cabeza, en un intento fallido por disimular su preocupación. Creo que miedo también había en su rostro. Ojos bien abiertos y la comisura de la boca quebrada en una media luna hacia abajo. Su rostro, de la nariz hacia arriba demostraba asombro, mientras que la parte de abajo no era más que pena y confusión.

Cuando dejó de frotarse las cejas, me dirigió una mirada de preocupación. Rápidamente cambié mi rostro, pues me percaté de que me encontraba sonriendo. Levanté las cejas y abrí la boca en un intento bastante fallido por demostrar preocupación.

- Hay una "doctora" que puede ayudarte... yo no puedo hacer mucho desde aquí - dijo mi psicóloga mientras buscaba la tarjeta con el nombre de esta doctora.

- Entonces, ¿fallaste? - quise preguntarle, pero en realidad solo dije "está bien".

Mi mente trabajaba a mil por hora. Estaba muy interesado en saber que decía el diagnóstico. ¿Depresión? Demasiado obvio. ¿Bipolaridad? No sería primera vez. ¿Psicopatía? ¿Sociopatía? Nada de eso aparentemente.

- No tengo un diagnóstico preciso, pero tengo mis sospechas - dijo. Claramente no me lo iba a decir.

Después de terminar la sesión volví a casa. Hablé con mi madre, con quien no tenía buen trato en esa época. Hablé con mi padre, para escucharlo hablar durante treinta minutos en un intento desesperado por ayudarme. Siempre sentí lástima por ellos... No era del todo su culpa que su hijo se hubiera... roto a tan temprana edad.

Obviamente no había demasiado que hacer así que esperé a la hora acordada con esta nueva doctora. Patricia, si no mal recuerdo. Ella era mi nueva psiquiátra.

- ¿Como estás? - primera pregunta al agua. ¿Tantos años de estudio para eso? Vamos, yo sabía que algo andaba mal según ellos...

Una pastilla mágica en la mañana, otra pastilla mágica en la noche. No sabía porqué, o para qué eran.
"Una te ayudará a despertar y la otra te ayudará a dormir". Clásico.

Mi vida se estaba yendo a la mierda, ¿que más iba a hacer? Comencé a tomar las pastillas mágicas, solo para darme cuenta de que el infierno siempre puede ser más caliente. Levantarme comenzaba a ser un suplicio. Un dolor de cabeza como nunca había tenido. Jamás he sufrido de resaca o jaquecas, pero esa pastilla nocturna... Vaya que hacía el milagro de ahorrarme una millonada de dinero en alcohol.

Mi cuerpo y mi mente no respondían bien hasta más o menos las diez de la mañana, cosa que me frustraba un poco. En el colegio, no había alumno o profesor que no estuviera al tanto de esas pastillas mágicas, así que tenía pase libre todas las mañanas, durante seis meses, para llegar a clases, y no hacer nada hasta las diez. Después de eso... mi cuerpo retomaba sus fuerzas.

Mi cerebro ni siquiera despertaba cuando yo lo hacía. Despertaba a las diez... con una fuerza que me daba a entender que necesitaba estar en movimiento. Mi cabeza dolía, las preguntas llovían y me costaba un mundo acostumbrarme al nuevo ritmo.

A las diez de la noche, cuando mi cerebro seguía funcionando, la pastilla mágica solo tomaba diez minutos para apagarlo nuevamente.

Las visitas a la psiquiátra, de la mano con más tests y exámenes me revelaron que la dosis debía subir... y subir... y subir más... Y entonces sucedió.

Mi cerebro dio la señal.

Debía investigar, ¿no? Qué estaba tomando...

La pastilla mágica de la mañana: Lamotrigina.

Usos comunes como el tratamiento de epilepsia y desorden bipolar. Al menos una de mis adivinaciones había estado correcta, pues epilepsia jamás tuve. Más adelante en el artículo, comencé a ver los diferentes usos en otras enfermedades.

Neuropatía, neuralgia trigeminal, jaquecas concetradas, migrañas... Fuera de la prescripción también se usa para tratar el Trastorno Obsesivo Compulsivo, Desorden de Despersonalización... Y el Desorden de la Percepción Persistente Alucinógena.

"Hijos de perra", pude pensar soltando una risa.

La pastilla mágica de la noche: Quetiapina.

Usos comunes en el tratamiento del desorden bipolar. A estas alturas era obvio que de eso trataba, pero seguí leyendo. Alzheimer, desorden depresivo (bingo), y... Esquizofrenia.

¿Esquizofrenia?

No lo creía posible... O sea, siempre tuve una manera de pensar que se asemejaba al escuchar voces. Siempre estaba al tanto de las alucinaciones teniendo en cuenta la búsqueda del camino espiritual que siguió mi madre. Pero, ¿esquizofrenia?

Lentamente las cosas comenzaron a zanjarse en un sinfin de malestares durante el resto de ese año hasta que finalmente... no aguanté más y corrí.

Corrí lo más que pude hasta llegar a una región en el norte del país, donde pude entrar a un conservatorio de música, mi gran sueño. La condición, porsupuesto, era seguir asistiendo al psiquiátra. Ella (no recuerdo su nombre), me ayudó mucho más de lo que esperaba, en especial porque me dijo cual era el diagnóstico que no me habían dado.

Depresión, desorden Bipolar con principio Psicótico y Esquizofrenia Paranoide.

- Guau - es todo lo que pude decir. Yo sabía que no tenía nada de eso, o tal vez la depresión si (corre en la familia, quien sabe que se hereda y que no), pero las dudas comenzaron a plasmarse mucho más que la mejora.

El infierno había estado ahí todo ese tiempo y jamás me había percatado. Sombras con forma humanoide durante las noches, voces ajenas en mi cabeza, lagunas de memoria, desorden de habla... no aguantar números impares...

Lentamente me fui apagando. Mi escritura logró alcanzar un primer libro, llamado Cosa Nuestra. Siempre dije que ese libro era la "visión de una sociedad desde la mente de un adolescente", cuando en realidad debía haber dicho que era la "visión de una sociedad desde la mente de un sociópata".

Desarrollé un gusto obsceno por lo oscuro. Estudié la mente humana y la desprecié durante muchos años. Usé mi inteligencia para colocarme máscaras y pasar desapercibido entre el público.

¿La razón? Mi nueva psiquiátra se dio cuenta (a diferencia de otras personas en mi entorno) que intentaba cumplir un sueño, encontrar un camino. No deseaba hacerle daño a nadie, solo intentaba comprender lo que sucedía en mi cabeza. Como cortar los lazos de un karma que hasta hoy en día pareciera que no se quema.

- Toma esto. Esta pastilla te ayudará a pasar desde la etapa aguda a la etapa estable. Tómala - una pastilla rosada, sin nombre, sin prescripción, sin nada. La pastilla que habría de salvar mi vida... y según la medicina, la de los que me rodean.

Y el infierno volvió a calentarse.

Insomnio, alucinaciones como nunca en mi vida, al punto de poder sentirlas respirar en mi cuello. Lagunas de memoria que volverían loco a cualquiera, vómitos, días enteros sin comer. Irritación, pero... agudeza mental... en un nivel que pensaba solo alcanzaría en la iluminación.

Finalmente llegué a la conclusión de que para evitar que la lámpara malhecha de mi habitación terminara explotando, solo debía apagarla. Y eso hice. Apagué una parte de mi cerebro.

Las opiniones de las personas no importaba, la de los profesionales si. Me hice con varios amigos que, sin bromear, querían usarme como proyecto de tesis. ¿Curar la esquizofrenia? No. Transformar la esquizofrenia en sociopatía.

Apático, nulo, apagado... era mejor que impulsivo.

¿Lo más divertido?

Te declaran esquizofrénico cuando la inteligencia y el sentido común te dan a entender que trabajar ocho horas al día para funcionar en un sistema que no funciona, efectivamente no vivir.

Ahora mismo, en este preciso momento de mi existencia... Voy a ser padre.

La locura no domina mi vida. El miedo no domina mi vida. Nada de eso... domina mi vida...

Pero parece que después de tantos años, alguien me vuelve a hacer una visita.

- Hola. Mucho tiempo sin vernos - la escucho decir desde la parte más escondida de mi mente, arañando su camino hacia este lugar.

Se despiertan los demonios, y quieren jugar conmigo; un juego de antaño y diferente al mismo tiempo.

Se despiertan los demonios, y los hijos de perra no dejan de repetirme que he fallado.

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